Métodos constructivos

La Torre de Hércules es el único faro romano que conserva en pie una parte importante de su estructura aunque oculta por la construcción neoclásica. De planta cuadrangular, en la actualidad mide 55 metros, 34 de los cuales corresponden a la fábrica romana, y los restantes se realizaron en el siglo XVIII bajo la dirección de Eustaquio Giannini. El faro se alza sobre una plataforma poligonal, que data del siglo XIX. Las fachadas austeras repiten estructura en las cuatro caras, intercalan vanos en diferentes alturas y están recorridas por una cinta pétrea helicoidal que evoca la rampa de época romana por la que se ascendía a la cima de la estructura y de la que permanecían las huellas en los muros cuando Giannini comenzó su rehabilitación a finales del siglo XVIII. El remate superior es octogonal y sobre él se dispone el fanal que alberga la linterna.

El núcleo de la edificación, recubierto por esta estructura neoclásica, se corresponde con la construcción romana diseñada por Cayo Sevio Lupo en el siglo I, en la entrada del golfo Ártabro para acompañar a los barcos que bordeaban el extremo más occidental del imperio. La estructura se organizaba en tres niveles con cuatro cámaras independientes por planta.

Las fábricas romanas están perfectamente definidas de la siguiente manera:

  • Opus caementicum: utilizado para las bóvedas, realizado con cascotes de morrillos amalgamados con mortero de cal.
  • Opus vittatum: empleado en los paramentos, realizado con mampostería cuadrangular en hileras horizontales. El interior de estos paramentos estaban rellenos con opus caementicum.
  • Opus quadratum: enmarcaba los vanos y estaba compuesto por bloques paralelípedos colocados en hileras horizontales. Se trataba de sillería bien escuadrada y de calidad.

Tras la caída del Imperio Romano, durante largos períodos la Torre de Hércules sufrió un abandono que afectó a las cubiertas y a la rampa de acceso por lo que en el siglo XVII el duque de Uceda ordenó la construcción de una escalera que permitiese el acceso a la cima del edificio, cuyo trazado se mantuvo un siglo después por Giannini en su gran reforma. Las escaleras recorren el núcleo romano y ascienden hasta el espacio octogonal que se sitúa en la parte superior, también conocido como sala Giannini, en la que el ingeniero dejó su firma. Desde esta cámara se accede a la linterna, albergada en un pequeño templete.